Por: Sidelsi Suárez Fundora
Héctor pensó que ese día sería un día normal, rutinario y desprovisto de algo nuevo que lo motivara a alegrarse y sentirse feliz. Salió temprano hacia la escuela, más temprano que lo usual, quizás con la esperanza de que algo fuera diferente. La clase de matemática iba a comenzar cuando recordó que había olvidado el cuaderno de tareas en su cuarto, todo por el maldito apuro. Corriendo regresó a su casa pero al observar la puerta entreabierta tuvo un mal presentimiento y aceleró el paso. Al traspasar el umbral de la puerta vio como todos yacían en el piso de la sala cubiertos de sangre. El joven ahogó el grito de terror y se acercó a su madre para corroborar lo que presentía, muerta, al igual que su padre y su hermanita pequeña. Mientras lloraba y se sumía en el más profundo sufrimiento sintió como un frío acero traspasaba su abdomen. Aún consciente vio como brotaban de sus entrañas la sangre como si de una tubería rota se tratara. Apenas sosteniéndose logró mirar alrededor hasta que incrédulo reconoció al atacante, que también lo observaba con una sonrisa complaciente mientras sostenía el arma asesina en su mano. Con sus últimas fuerzas golpeó el espejo haciéndolo pedazos, y mientras miraba los fragmentos de su reflejo murió junto al asesino.